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Euskal Herria: Identidad y nacionalismo

Jaun - No aceptáis nada de nosotros... únicamente la cruz...
Prudencio - ¡La cruz! ¿Qué quieres decir con eso?
Jaun - La cruz es vasca antes de ser cristiana
Prudencio - ¡Que absurdo!
Jaun - No es absurdo. Todavía encontrarás en nuestro país, en muchas partes, la cruz svástica, que algunos suponen que simboliza los dos caminos del mundo; otros, los puntos cardinales, y que entre nosotros es emblema de Thor, del fuego de la llama del sol.


Pio Baroja, la leyenda del Jaun de Alzate

La nación del Lau-Buru

Euskalherria es la denominación histórica más apropiada para el espacio étnico en el que se manifiesta la identidad y cultura vasca, un nombre que especifica claramente una denominación que face referencia a una realidad étnica claramente diferenciada. En la actualidad su extensión territorial está formada por Iparralde (parte norte), correspondiente a las regiones de Zuberoa, Lapurdi y Behe Nafarroa, englobadas en el departamento de los Pirineos Atlánticos del Estado francés, y Hegoalde (parte sur), formada por las comunidades autónomas del País Vasco y Navarra, más el enclave burgalés de Treviño y el cántabro de Villaverde, todo en el Estado español. Nafarroa, Euzkadi, Bizkaia, País Vasco, País Vasco-Francés, Vascongadas, Vasconia, y tantas otras denominaciones, son incompletas por nombrar solo algunas de las regiones en las que históricamente ha vivido dividido el pueblo vasco. De hecho, y como trataremos más adelante, Euskalherria ha tenido, y mantiene en la actualidad, diferentes realidades políticas y territoriales a pesar de ser hoy en día una de las identidades más claramente diferenciadas de Europa.

Entre los símbolos más conocidos y representativos de esta nación está el lau-buru, cuya traducción al castellano es cuatro-cabezas, una representación que igualmente podemos encontrar profusamente representada entre otros pueblos y rincones de Europa. Y es que el lau-buru, que compartió protagonismo en épocas anteriores con la Euskal Orratza, ambos esvásticas o tetrasqueles, tiene un claro origen indoeuropeo, algo curioso, ya que ni la lengua ni la nación proto-vasca están incluidos en el grupo indoeuropeo. Y quizás esta sea una de tantas contradicciones que encuentran una adecuada resolución en la final europeidad de la misma.

Sin embargo, es innegable que los importantes contactos e influencias de los proto-vascos con otros pueblos indoeuropeos, principalmente con pueblos célticos, pero también con otros de raíz germánica, no hay que olvidar tampoco el dominio visigodo durante casi cien años en la zona norte del espacio vasco, dieron la actual fisionomía étnica e influyeron de forma importante a esta nación de orígenes tan discutidos. Como prueba, además del lau-buru, visible desde al menos el siglo XVI, en estelas funerarias, frontones de los caseríos y que se ha extendido a innumerables representaciones del sentir identitario vasco en nuestro dias, quedarían algunas manifestaciones de la cultura, mitología y antigua religión vasca. En este sentido deberíamos hablar de algunas divinidades del antiguo panteón vasco, como Orti, al que se identifica con el escanidavo Thor, representativo de un culto solar y celeste del que derivan palabras como ortere (trueno) o ostegun (día del trueno) que no es otro que el día de la semana jueves, que en los países de lenguas germánicas es el día de Thor (Thusday). Una divinidad importante, si analizamos lo que escribía Aymeric Picaud en el Codice Calixtino quien ya contaba que en sus viajes por las tierras de los vascos, estos denominaban a Dios con el nombre de Urcia. También, en la interesante leyenda de Jaun Zuria, mítico fundados del señorío de Bizkaia y cuyo nombre traducido al castellano significa literalmente Señor Blanco, se habla de legendarios orígenes nórdicos en los comienzos de esta dinastía, haciéndolo descender de una princesa escocesa y de Sugaar, genio mitológico vasco, en la versión más conocida, pero también de una princesa de Mundaka y un señor normando, o del guerrero irlandés Lemor Mc Morma, mientras que autores como Jon Bilbao piensan que fue el caudillo de un grupo de vikingos que quedaron en las costas vascas, y según Jon Juaristi, que se trata del dirigente de un grupo de sajones desplazados por los normandos, y exiliados en estas tierras.

Lo cierto es que, este viejo símbolo indoeuropeo existió desde antiguo en estas tierras, y que los fueristas y carlistas del siglo XIX lo utilizaron como emblema político de reinvindicación de sus antiguas costumbres y en su lucha por su identidad como pueblo. Y como no podía ser de otra manera, sus herederos del Partido Nacionalista Vasco continuaron reinvindicándolo, junto a la rectilínea Euskal Orratza. Hoy el lau-buru continúa siendo portado con orgullo como símbolo de una nación que afirma celosa y fieramente su deseo de seguir existiendo. Una nación que, en la era de globalización y la muerte de las identidades y la muerte de las identidades, reclama con orgullo, su europeidad y su existencia.

Una identidad y diferentes realidades políticas

La historia de la nación vasca es controvertida y sus orígenes muy discutidos. Aunque Joseph Augustin Chaho pretendió en el siglo XIX que la raza vasca provendría del mítico Aitor, nombre derivado de Aitoren semen (hijo de buen padre), hoy parece reconocerse que los proto-vascos pertenecían a una evolución local de Hombre de Cro-Magnon que en el neolítico sería conocida como tipo pirenaico occidental mientras que su lengua, el protoeuskera, pertenecería a un grupo euroasiático antiguo posterior a la última glaciación. Sin duda un apasionante debate por su profundidad y complejidad. Lo que también parece claro, tal como hemos indicado en el apartado anterior, son las diferentes influencias étnicas a las que fue sometida la población asentada en la zona pirenaica-occidental y entre las más importantes debemos nombrar las influencias indoeuropeas probablemente llegadas con los pueblos de los campos de urnas y con las posteriores de los pueblos célticos, una influencia que sería determinante en la eclosión de la futura identidad vasca y que explicaría la diversidad interna existente hoy en la misma.

La llegada de los romanos implicó cambios determinantes en la península ibérica. También en la tierra de los vascones, tal como eran conocidos, aunque de diferente manera al resto de la península. Mientras en las llanuras actuales de Álava y Navarra se produjo una profunda romanización que produciría una definitiva diversidad entre los vascos de estas tierras y el resto, en las zonas pirenaicas y en las abruptas Vizcaya y Guipúzcoa no existió, a excepción de la zona costera, penetración romana lo que permitió el mantenimiento de las costumbres, lengua y cultura vascas, a pesar de una palpable entre los habitantes de dichas tierras y el imperio romano. Los vascos que según estrabón en el siglo I ya estaban divididos en Aquitanos, Caristios, Várdulos, Autrigones y Vascones, conocerán una primera realidad política solo después de la caída del Imperio romano. Curiosamente, dicha unidad política, nacerá de manos de los francos, y con importantes influencias de los visigodos en sus zonas más septentrionales. Tras un largo periodo de anarquía, violencia, revueltas y tensiones sociales durante la crisis y últimos años de dominación imperial, los vascos se encontraron con la presión de los francos por el norte y de los visigodos por el sur. Para conservar cierta independencia, y tras la batalla de Vouille, a consequencia de la cual los visigodos tuvieron que abandonar la zona norte, se someterán finalmente a los francos merovingios que constituirán el ducado de Vasconia en el siglo VII, una entidad política que finalmente quedará bajo influencia visigoda, pero en la que no llegó a existir una autoridad central efectiva del territorio, quedando este en manos de diferentes caudillos tribales difíciles de someter, situación que garantizó la preservación de los rasgos identitarios vascos entra la mayor parte de la población.

Tampoco la invasión musulmana logró penetrar en los reductos montañosos vascos, quedándose como anteriores invasiones en las zonas mas llanas de Navarra y álava, de forma escasa y durante tiempo efímero. Los vascos, continuaron siendo vascos, aunque sin una realidad estatal mínima, resistiendo por una parte a las avanzadas carolingias y por otra a las musulmanas, y el poder de la zona quedó concentrado en los señores que defendían militarmente la zona con el sustento de los campesinos. Durante la Edad Media, los vascos comenzaron a dotarse de una legislación propia de tipo consuetudinario y que solo a finales de dicha edad plasmarían por escrito, son los llamados fueros, leyes que preservaban su soberanía y regían la convivencia de los moradores de estas tierras, estableciendo la hidalguía universal de los habitantes de muchos valles, y un estatuto jurídico que los reyes de los Estados a los que se unirán debieron jurar y respetar durante los siglos venideros. Es en esta época, principios del siglo IX cuando comienza a configurarse una primera entidad política vascona, único reino que consolidaron los vascos, y que sin embargo no logró aglutinar a todos los vascos ni en sus momentos de mayor esplendor, y lo hará como núcleo de resistencia a la presencia africana en la península. El escenario será la antigua ciudad vasco-romana de Pamplona, antigua Iruña de los vascones, y su zona de influencia. En esta área, la familia muladí de los Banu-Quasi, de estirpe visigoda, había conseguido afianzar un núcleo independiente cristiano, que en virtud de la relación familiar establecida entre estos y la mujer de Iñigo Iñiguez, un noble local, logró llevar al trono a Iñigo Arista, hijo de estos últimos y primer rey de los que con el tiempo será el reino de Navarra. El reino de Navarra fue dirigido por la dinastía de los Iñiguez hasta el año 905 en que pasó a manos de la de los Jiménez, dinastía que introducirá el emblema godo del arrano beltza o águila negra en la heráldica del nuevo reino hasta su sustitución por las cadenas tras la victoria de las Navas de Tolosa, pero será en el año 1000 la fecha en la que este reino llegará a su máximo esplendor con la figura de Sancho II el Mayor, con sangre vasca y castellana, al descender del conde Fernán González, quien se convertirá en el principal monarca de la península ibérica en plena reconquista contra el invasor musulmán, al ser además de rey de Navarra, titular de los condados de Aragón y Sobrarbe, creador del condado de Lapurdi, y por tanto señor de la zona norteña de Zuberoa, y por alianzas familiares detentador de los gobiernos del condado de Castilla y del reino de Gallaecia. Sin embargo, a la muerte del monarca, los reinos recuperaron su independencia tras repartilos entre sus hijos. El condado de Aragón, que quedó para su hijo natural Ramiro se separará en el año 1076 cortando con ello las vías de expansión naturales de Navarra, pero no renunciando a la llegada de elementos poblacionales vascos a este nuevo reino, que quedará arrinconada entre Castilla y el nueno reino aragonés, suprimiendo con ellos cualquier protagonismo durante la posterior reconquista y suponiendo el inicio de la decadencia del reino. Es a partir del siglo XI, cuando las divisiones políticas y territoriales que afectarán a Euskalherria durante toda su existencia comienzan a acentuarse. La antigua Ipuzkoa que había subsistido como entidad independiente bajo la dinastía de los Aznar, pasa a partir del año 1076 a depender de Castilla, y tras algunos años en los que alternará el dominio castellano con el navarro en diferentes zonas de su geografía, pasará definitivamente a la órbita castellana en el año 1200. El señorío de Bizkaia que se encontraba bajo soberanía navarra, inicia en el año 1040 con el conde Iñigo López Ezkerra, su definitiva alianza con Castilla, mientras que Araba, se mantuvo bajo la influencia de Navarra hasta el año 1212 en la que pasó también a depender de Castilla. Sin embargo, hay que remarcar, que pese a la dependencia formal de otras entidades mayores, los vascos lse obstinaron siempre en el mantenimiento de su identidad ancestral, lengua, costumbres, lesgislación y prerrogativas, que fueron respetadas por los reinos de Castilla y Navarra, aunque este proceso se realizó no sin importantes tensiones, cristalizadas en un feroz y largo enfrentamiento entre los linajes vascos, tanto en Araba, Guipúzcoa y Bizkaia a través de la guerra entre los bandos oñacino (pro-castellano) y gamboino (pro-navarro) así como entre agramonteses y beamonteses en el reino de Navarra. Por su parte, este último reino será anexionado a la Corona de Castilla en el año 1512 tras la invasión de Fernando el Católico, con el apoyo de la facción beamontesa después de años de guerra civil, manteniendo sus instituciones medievales y la categoría de reino dentro de la nueva Corona, mientras que la baja Navarra permanecerá independiente a la Corona Francesa en 1620, manteniendo como sus vecinos del sur el carácter de reino y sus prerrogativas. Durante años, los vascos, bajo las Coronas hispánica y franca, siguieron siendo vascos y participaron en las políticas imperiales de entidades de mayor importancia sin traumas ni pérdidas de su identidad. Todavía no había llegado el liberalismo.

Dios, Patria, Fueros, Rey: El liberalismo jacobino contra la identidad vasca

Año 1879. Aprovechando la decadencia de las monarquías absolutistas, se inicia la revolución liberal en Francia. Una nueva burguesía toma el poder con el fin de suprimir definitivamente cualquier resquicio del antiguo orden medieval, sustituyendo a una nobleza que alejada de sus orígenes, se encuentra en estado de descomposición. La idea es acabar con las antiguas instituciones medievales para crear nuevas relaciones económicas que beneficiarán a las nuevas élites políticas en perjuicio de una población encuadrada y protegida por sus antiguas leyes que formaban parte de una identidad colectiva en cuyo mantenimiento y afianzamiento, hasta entonces respetado, encontraba su mejor autodefensa y forma de existencia. Los nuevos dirigentes políticos programaron desde el primer momento, siguiendo sus propias obediencias universalistas, la destrucción de cualquier identidad medieval, siendo perfectamente conocedores que en ellas encontrarían los mayores frenos y resistencias a las nuevas políticas uniformadoras y esclavistas. En virtud a esa visión actuaron con los bretones, y los vascos que residían en los territorios del nuevo Estado francés no fueron una excepción. En nombre de una pretendida igualdad se pretendió suprimir la situación precedente y convertir a los vascos, como por su parte a castellanos y catalanes, en unos subditos más del nuevo sistema constitucional, primero en la nueva Francia, posteriormente en los que había sido España. Para las nuevas autoridades, el euskera dificultaba el proceso revolucionario y el apego a su identidad por parte de los campesinos vascos era un atraso al que había que hacer desaparecer definitivamente. De esta manera, la Asamblea Constituyente tomó entre sus primeras medidas la abolición de los antiguos privilegios vascos, la prohibición del Euskera en virtud del uso del francés como único vehículo de comunicación, y unió la zona vasca de Bearn creando la llamada provincia de los Bajos Pirineos. Además, en 1794 se acentuó el genocidio humano y cultural del pueblo vasco en territorio francés, al expulsar de forma violenta a las familias vascas de sus caserios y ordenar los "representantes del pueblo" Pinet y Cavaignac el internamiento en campos de concentración de miles de labortanos, especialmente de los pueblos fronterizos, muchos del os cuales murieron durante la operación de limpieza étnica de las autoridades liberales. No satisfechos con esto, las tropas de los tristemente célebres Cavac y Montaignac penetraron en Gipuzkoa con la pretensión de anexionar este territorio a la nueva Francia y borrar cualquier vestigio de identidad vasca, aunque encontró la oposición armada de muchos vascos que impidieron el control del territorio pudiendo alejar estas tierras de la invasión liberal tras la paz de Basilea en 1808.

Pero la llegada del virus liberal a la zona vasca peninsular fue cuestión de tiempo. Tras la muerte en 1833 del rey Fernando VII, los agentes del liberalismo centralista y jacobino, obedecientes como sus hermanos franceses a las nuevas consignas, y bien infiltrados en las esferas del poder, toman con la complicidad de la rama borbónica isabelina, el control de la política de la Corona española. Aunque a este lado de los Pirineos el proceso fue menos dramático y rápido, las nuevas ideas se materializaron pronto a través de nuevas legislaciones en las que las intenciones de abolición de las estructuras e identidades medievales fueron prioritarias. Los vascos, tanto en la órbita castellana como en la navarra, se opusieron en su mayoría a las nuevas ideas llegadas de Francia. Nace así el carlismo, como movimiento de defensa de las identidades y antiguas estructuras medievales hispánicas, un fenómeno político que recibiendo en principio apoyos y simpatías en toda la península ibérica, se asentará de forma fuerte principalmente en las áreas catalana (Principat de Catalunya y Regne de València) y vasca (Bizkaia, Guipúzcoa y Nafarroa), zonas donde más arraigadas estaban dichas peculiaridades. Los vascos de Navarra y el País Vasco, empuñarán decididamente las armas durante tres guerras civiles a favor de los diferentes pretendientes carlistas que prometían la salvaguarda de la situación anterior al constitucionalismo liberal, manteniendo durante cien años una importante representación política carlista en las instituciones, bajo el lema de Dios, Patria, Rey y Fueros, recuperando antiguos emblemas de la identidad vasca, supeditados a la antigua enseña del Imperio y al rey todos los pueblos hispánicos, demostrando con ello que su lucha era por el mantenimiento de su antigua identidad, de su lengua, leyes y costumbres, sin, por el momento reclamar independencia alguna de la estructura imperial a la que habían pertenecido. Sin embargo la España imperial había perdido la guerra, y con ella también las identidades hispánicas entre las que se econtraba la vasca, quedaban en una posición muy frágil. En 1841, el histórico reino de Navarra desaparece mediante la Ley de Modificación de Fueros o Ley Paccionada Navarra, convirtiéndose en "provincia foral" y perdiendo con ello muchas de sus prerrogativas, a pesar de que, como hemos apuntado, en España el proceso fue más lento que en Francia, y pudo mantener cierta legislación foral. En Vizcaya, la abolición foral llegará en 1876, tras la última guerra carlista. Con la complicidad de una nueva aristocracia comercial vasca de ideología liberal, comienza el proceso de desvasquización en Álava, Guipúzcoa, y sobre todo en Vizcaya. Es el comienzo de las llamadas Provincias Vascongadas, una terminología liberal y centralista que debería ser analizada por muchas personas que hoy todavía defienden. A partir de entonces los vascos serán obligados por la fuerza a renunciar a sua lengua, uso, legislación y costumbres y a aceptar una realidad destinada a cambiar para siempre su modo de vida.

Pero algunos vascos, no aceptaron la nueva realidad.

Jaungoikoa Eta Lege-Zaharrak: el nacimiento del Partido Nacionalista Vasco

"El año ochenta y dos, ¡bendito el día que conocí a mi Patria y eterna gratitud a quien me sacó de las tinieblas extranjeristas". Asi se expresaba a finales del siglo XIX, un joven vizcaíno, estudiante de derecho y autodidacta, antiguo militante carlista, opositor a la cátedra de euskera, y publicista de la causa vasca. Era Sabino Arana, miembro de una acomodada familia vizcaina volcada durante años en la causa carlista, un joven rebelde, desencantado de las derrotas carlistas, y preocupado por la evolución económica de la tierra de sus padres y la creciente llegada de inmigrantes castellanos que podían suponer un riesgo de pérdida de identidad, un proceso alentado por el poder central para desnaturalizar de forma progresiva la identidad de los vascos. La influencia del Romanticismo, la lectura de escritores como Chaho, Trueba, Navarro Villoslada, Moguel o Astarloa, hizo cimentar en el joven en el joven Sabino Arana, un sentimiento de recuperación racial vasca, no exenta de exageraciones y de cierto victimismo revanchista, que cristalizarían en cierto resentimiento hacia "lo español", un término que en las tesis de Arana queda identificado con el liberalismo modernista anti-vasco, el individualismo y el desarraigo de unas masas que entregadas únicamente a su propia supervivencia personal, amenazaban la identidad vasca y suponía el asentamiento en las tierras vascas del caos social propio de un sistema, el liberal, que su fundamentada sobre una sociedad de acentuada desigualda económica.

De esta manera, el 3 de junio de 1893, en el caserío Larraizabal de Begoña, un año después de haber publicado el libro Bizcaya por su independencia, lanzó la idea de creación de un movimiento político netamente vizcaíno que tuviera como meta la independencia de Vizcaya, como única forma de liberación de los dogmas liberales extranjeros. Sus ideas, poco elaboradas, y más de cariz sentimental y de protesta que de afirmación ideológica pasaron desapercibidas entre la sociedad vizcaína del momento, que se encontraba dividida entre una nueva burguesía bilbaína que seguía el tren del progreso económico, y los sectores más rurales, que apegados al carlismo no habían tenido aún plateamientos independentistas. De esta manera, Arana y un reducido grupo de simpatizantes crearon en 1894, bajo el lema de Jaun-Goikoa eta Lege Zarrak (Dios y Antiguas Leyes), el Euzkaldun Batzokija, primera sociedad nacionalista, que recuperará algunos símbolos de los fueristas vascos como el lau-buru y creará otros nuevos como nueva bandera ikurriña, que representará la raza, la sangre y la tradición vascas, o el nombre de Euzkadi, para designar a la patria vasca. Hasta la muerte de Arana, acaecida en 1903, los bizkaitarras, como embrión del Eusko Alberdi Jeltzalea o Partido Nacionalista Vasco fueron una minoría exótica de muy pequeña proyección política. Sin embargo, durante los primeros años del siglo XX, los seguidores de Arana con la influencia de las tesis de Herder y su concepto de Volkgeist dotaron de cierta elaboración doctrinal el mensaje de lucha por la identidad vasca frente a la amenaza que para la misma suponían la aceleración económica fomentada por el liberalismo con la consecuente llegada masiva de inmigración foránea, el centralismo jacobino del gobierno central español, o las amenazas políticas del liberalismo y el "socialismo" que se extendían bien a través de una oligarquía caciquil y corrupta, bien a través de las nuevas masas de trabajadores llegadas desde Castilla. Un mensaje que caló con fuerza entra la mesocracia autóctona vasca. El ansia de renovación política que tras el desastre del 98 había llegado a todos los rincones de España, no fue una excepción entre muchos vascos, que hartos de las políticas liberales, que en gran medida nunca habían aceptado, buscaron una tercera vía centrada en la identidad, costumbres e idiosincrasia propias. En ese sentido el PNV supo dar a los vascos una patria por la que luchar y unas aspiraciones que cumplir.

Para muchos vascos, ser nacionalista fue una forma de afirmarse políticamente como vascos, y Euzkadi un mito movilizador e ilusionante destinado a un pueblo que deseaba permanecer como tal y tomar las riendas de su destino, al margen de ideologías extrañas y extranjeras llegadas desde poderes ajenos a sus orígens medievales, tal como fueron el liberalismo y el marxismo. La idea de independencia, ajena hasta ese momento entre la mayoría de los vascos, fue a partir de ese momento, una lógica reacción frente a una monarquía decadente que se había apartado radicalmente de sus orígenes imperiales y pactistas y un Estado caciquil y corrupto que seguía manteniendo una política ferozmente centalista y liberal. Por primera vez, los vascos, que se reconocían como una nación étnica, mas que histórica, aspiraban a su independencia con respecto a España y a una Francia liberales, jacobinas y centralistas con las que no deseaban compartir ningún futuro. La España a la que ellos se podían sentir ligados por historia y voluntad había muerto con la llegada del liberalismo y las derrotas del carlismo. Después de más de mil años, la nación vasca aspiraba a crear un Estado propio. Será a partir de esas fechas, cuando comienzan a celebrarse los primeros mítines de masas, celebraciones campestres y reuniones de los caseríos de toda la geografía vasca, actos en los que prolifera una personalidad política que penetra con fuerza en los sentimientos de muchas familias vascas apegadas a sus raíces, costumbres e identidad. Pronto contarán con un diario de notable tirada llamado Euzkadi, una sección juvenil, las Juventudes Vascas, un sindicato, la Solidaridad de Trabajadores Vascos, y cientos de batzokis consejos locales. Parte de las clases medias rurales, nutridos grupos de descontentos del carlismo y sectores de la burguesía apuestan por el nacionalismo vasco que cosecha sus primeros logros electorales, sobre todo a nivel municipal en muchas localidades vascas donde crean sólidas estructuras sociales de apoyo a la identidad vasca y que garantizarán la permanencia y tejido social y popular del movimiento, resultando muy efectivas, cuando en 1923 el general Primo de Rivera ilegalizó el partido, permitiendo sin embargo las manifestaciones culturales vascas. De esta manera el nacionalismo vasco se afianzó como movimiento popular identitario vasco, un organismo que através de la acción cultural y folcklórica pudo permanecer activo y salvaguardar su estructura durante los siete años de dictadura, para volver a su actividad política en 1930. Durante esos años, proliferaron las redes asociativas, la defensa del euzkera, y el estudio de otras manifestaciones culturales como la música, las danzas, los instrumentos musicales, las asociaciones de danzaris y txistularis, de mujeres (Emakume Abertzale Batza) o de montaña, los mendigoizales, todo ello con la participación del clero católico vasco, que como en los tiempos del carlismo tuvo una actuación realmente importante desde su privilegiada posición propagandista, en la difusión del nacionalismo y así garantizar su privilegiada posición de influencia en las zonas rurales.



Consolidación del naconalismo vasco

El movimiento nacionalista vasco no fue monolítico. Desde sus inicios existieron en el seno EAJ-PNV diversas tendencias, algunas de ellas contradictorias, hecho que explica la variación política de Sabino Arana que pasó del independentismo más exaltado a la fundación de una liga de Vascos Españolistas en sus últimos días de vida. Ya en los años veinte convivieron dos sectores que perseguían diferentes finalidades, por una parte la llamada "comunión", formada por sectores dirigentes del patido, de influencias católicas y tradicionalistas, de corte más autonomista y pactista que independentista, que logró modificar el nombre del EAJ-PNV por el de Comunión Nacionalista, y durante la dictadura de Primo de Rivera colaboró con el régimen, a cambio de poder mantener el tejido asociativo nacionalista y las actividades culturales del mismo, o su periódico Euzkadi. Por la otra "Aberri", sector radical e independentista sin concesiones al gobierno español, con influencias del republicanismo irlandés, y responsable de la creación del movimiento social y asociativo vinculado al nacionalismo vasco. Ambos sectores acentuaron sus diferencias durante la dictadura y con la llegada de la República, parte de los miembros del sector "Aberri" fundan Eusko Abertzale Ekintza "Acción Nacionalista Vasca", un partido que se definirá de izquierdas y republicano y se desvinculará de algunos aspectos del nacionalismo vasco, como su catolicismo, fuerismo y tradicionalismo, mientras que la Comunión retomará su tradicional nombre de Partido Nacionalista Vasco, iniciando su nueva andadura política colaborando con la Comunión Tradicionalista Carlista en una alianza vasco-navarra autonomista contraria a la nueva Constitución republicana de 1931, para la creación del Estatuto de Estella. Las desavenencias posteriores entre los integristas católicos navarros y el PNV motivaron la ruptura en 1933 y a partir de entonces los caminos de Navarra y País Vasco tomaron direcciones diferentes. Navarra, de mayoría carlista, colaboró con la derecha españolista y apoyó mayoritariamente el alzamiento militar participando de forma activa en el llamado bando "nacional" y en los gobiernos del régimen de Franco, y renunciando a sus aspiraciones autonomistas, por su parte en el País Vasco el nacionalismo vasco fue mayoritario, colaborando con la República y alineándose, aunque de forma tibia, en el bando republicano durante la guerra civil, para acabar formando un gobierno vasco en el exilio tras el fin de la misma. La postura de la dirección del PNV de alinearse en el bando de signo marxista-republicano causó desasosiego en no pocos miembros del partido entre los que estaban los nacionalistas vascos de Álava que propusieron participar en la "cruzada" contra el comunismo, y un importante sector que abogaba por la neutralidad en una contienda que en palabras de Luis Arana, hermano del fundados del PNV, "no es nuestra guerra", sin embargo, la incómoda alianza de los nacionalistas católicos con los marxistas laicos tuvo su contraprestación en la creación del primer gobierno vasco en manos de José Antonio Aguirre, convertido en lehendakari, un esperpento creado por Prieto en el que convivieron peneuvistas, republicanos y "socialistas" para garantizar el apoyo vasco a la república durante la guerra. El gobierno títere vasco trabajó, sin embargo, para realizar su propia revolución nacionalista, realizando una reforma de la educación en la que el uso del euskera y la obligatoriedad de la educación física tuvieron un peso determinante. También creó la Universidad Vasca, tribunales vascos, un cuerpo de policía "la ertzainza, y fuerzas militares "gudaris", cuerpos que no pudieron impedir los desmanes de las fuerzas izquierdistas y el asesinato de muchos vascos de ideología carlista y derechista a manos de grupos marxistas y gubernamentales. Que la fe republicana de los nacionalistas vascos era frágil lo demuestra el hecho de que los batallones vascos que defendían Bilbao se enfrentaron en los últimos días de resistencia de esta ciudad a los milicianos izquierdistas que querían quemar las instalaciones industriales de la ría para no dejar ningún recurso a las tropas "nacionales", mientras el dirigente peneuvista Juan Ajuriaguerra pactaba una rendición honorable con militares y diplomáticos italianos entregándose finalmente los batallones vascos a las tropas de Mussolini en Laredo y Santoña mediante una capitulación pactada que las tropas franquistas nunca respetaron. El nuevo Estado, portador de una ideología ferozmente centralista y jacobina de matriz liberal, aunque con formalidades fascistas en sus primeros años, inició desde los primeros años un durísimo proceso de depuración y represión política y cultural contra cualquier nacionalismo no español. En las ahora llamadas Provincias Vascongadas, el euskera fue prohibido y perseguida cualquier manifestación cultural o identitaria vasca en aras de una absoluta uniformación totalmente ajena al carlismo o al fascismo en el que dicho estado decía representarse. Una oportunidad perdida de afianzar un nacionalismo vasco identitario y una maniobra torpe e injusta que solo sirvió para acentuar más el nacionalismo anti-español y favorecer las infiltraciones de marxistas y liberales en el seno del nacionalismo vasco.

Liberalismo, marxismo y lucha armada

Los contactos republicanos, la adscripción demócrata-cristiana del partido, y la colaboración inicial entre el gobierno de Franco y las potencias del Eje, motivaron la colaboración del PNV con los aliados y el acercamiento hacia las políticas de Estados Unidos, a pesar de conocidas conversaciones y tanteos entre sectores del III Reich y el PNV, en la línea de colaboración que Alemania mantuvo con otros pueblos europeos sin Estado. Salvo excepciones de algunos grupos aislados o de personalidades de la cultura vasca y fervientes nacionalistas como Eugene Goyeneche, Jean Ibarnegaray, el sacerdote peneuvista Martín de Arrizubieta, o Jon Mirande cuya visión, más coherente, del nacionalismo identitario vasco les acercaba al Nacionalsocialismo, la postura oficial del PNV a partir de 1940 fue claramente pro-americana, liberal y colaboracionista con los aliados. El liberalismo, matriz del jacobinismo que había desvirtuado las relaciones entre los vascos y el resto de España, conquistaba la cúpula política del movimiento vasco en virtud de promesas independentistas empujado precisamente por la torpe actitud de un nacionalismo jacobino de apariencia fascista en el que colaboraban los fueristas carlistas, una situación que se mantiene en la actualidad exactamente en las mismas condiciones, tanto en Euskal Herria como en Catalunya. Una enrevesada maniobra con oscuras aspiraciones de la que, sin duda, se beneficiarían los poderes antieuropeos vencedores de la segunda guerra mundial. Paralelamente en la España de Franco, una tímida resistencia vasca comienza a organizarse bajo instrucciones del PNV y del gobierno vasco en el exterior. Huelgas, disturbios y manifestaciones empiezan a proliferar en torno a un movimiento obrero de matriz católica infiltrado por agentes marxistas que en su estrategia de asentamiento del comunismo apoyan a diferentes movimientos de liberación, entre ellos el vasco. De los grupos obreros católicos nacerá en los años cincuenta un grupo particularmente activo en torno a la publicación clandestina Ekin (Acción) que terminará integrándose en la organización juvenil EGI, vinculada al PNV. Sin embargo pronto se escindirá junto a los sectores más combativos y radicales creando en julio de 1959 la organización nacionalista Euskadi Ta Askatasuna (Patria Vasca y Libertad), más conocida por sus siglas de ETA. En sus principios ETA se definió, en la línea del PNV, como una organización patriótica, democrática y aconfesional que rechazaba tanto el comunismo como el fascismo, entendiendo como tal el centralismo autoritario franquista, y sus acciones lejos de terrorismo y la lucha armada que la hará célebre en los siguientes años, eran de tipo propagandístico, difusión política y cultural del nacionalismo vasco, funcionando también como un centro de estudios nacionalista. Sin embargo en 1962, ETA celebra su primera Asamblea, rechanzando la línea política del PNV y el racismo sabiniano, pero sobre todo adaptando el nacionalismo vasco a la realidad socioeconómica del País Vasco y definiéndose como un movimiento vasco de liberación nacional dentro de la estrategia guerrillera y de lucha armada de emancipación tercermundista. Comienza la infiltración marxista y con ella la actividad terrorista. Menos de un año despues, inspirándose en Krutwig, el abogado José Etxebarrieta incorpora en la segunda Asamblea del nacionalismo maoísta de la lucha de clases identificando liberación nacional y revolución social. ETA se convierte en una organización armada de inspiración marxista dentro de la estrategia internacional dirigida desde el bloque comunista que usa los movimientos de inspiración nacionalista étnico para implantar el comunismo en los Estados occidentales en el marco de la guerra fría. La transformación del nacionalismo vasco ha concluido. Las posteriores Asambleas de ETA afianzarán la ideología marxista-leninista en el seno de una organización que jamás ha escondido su adcripción política.

Tras la muerte de Franco, ETA cobrará un creciente protagonismo político vasco con sus actuaciones terroristas, sobradamente conocidas que culminarán en el actual proceso de abandono de las armas para conseguir sus objetivos de forma electoral. Para ocupar también un espacio de decisión política dentro del marco legal de participación, alrededor de ETA, nacieron algunos partidos nacionalistas de ideología izquierdista como Euskadiko Eskerra, hoy integrada en el PSE-PSOE, Herri Batasuna, rama política de la banda armada, y sus posteriores conversiones como Euskal Herritarrok, Partido Comunista de las Tierras Vascas o Batasuna, todas ellas ilegalizadas por el gobierno español que no ha podido, sin embargo, paralizar la presentación en las últimas elecciones de Bildu, coalición del sector de la izquierda abertzale y Eusko Alkartasuna, escisión socialdemócrata del PNV, legalizada a regañadientes por los tribunales centrales, que ha obtenido, bien con ese nombre o con el de Amaiur importantísimos éxitos en los últimos comicios electorales, y que oficialmente ha abandonado la estrategia de apoyo a la lucha armada y parte de sus posturas políticas iniciales en beneficio de un nacionalismo más identitario que debido a sus influencias marxistas se contradice, como en el caso del PNV, al apoyar el proceso de inmigración extraeuropea en tierras vascas. También en la zona occidental y norteña de Navarra, el nacionalismo vasco ha quedado reforzado electoralmente con la fuerte irrupción de Bildu, y el afianzamiento de Nafarroa Bai y Aralar, lo que demuestra que un nacionalismo parcialmente identitario de corte social, así como el rechazo a un intervencionismo por parte del estado central, continúan hoy muy presentes entre los votantes vascos.

El movimiento identitario, un futuro para Euskalherria

Si hay un término que define al nacionalismo vasco, este es el de identidad. La lucha por la identidad de este pueblo europeo ha sido la principal motivación política de movilización desde los inicios aranistas hasta la actualidad. El concepto de identidad ha sufrido un implacable desprestigio fomentado por el pensamiento dominante universalista que lo ha equiparado a un tribalismo arcaico enfrentado a las modernas ideas de progreso, ciudadanía e individualismo, apartándolo de los parámetros de lo políticamente correcto. Esta es la razón de que el nacionalismo vasco que por encima de conceptos geográficos, históricos o sociales, defendió enconadamente el concepto de comunidad étnica popular y de europeidad, ha estado y estará, como por otra parte el catalán y galego, a pesar de las concesiones hechas a las ideologías dominantes, permanentemente bajo sospecha. Por ello, el siglo XXI, que situará a los pueblos europeos ante importantes retos de los que dependerá su supervivencia, será el marco temporal en el que los vascos deberán elegir una vía clara e independiente de afirmación de su identidad. Superadas las ideologías sel siglo XX y desaparecidos los conceptos izquierda-derecha, es el momento en el que los vascos, recogiendo la herencia de lucha y trabajo de sus antepasados, continúen el combate por su identidad junto al resto de las naciones europeas, sabiendo que existe un único enemigo, que por encima de los actuales estado-nación a los que controla y dirige, pretende la destrucción de las naciones e identidades de Europa con el objetivo de la sumisión total a los poderes del internacionalismo financiero.

El nacionalismo vasco, con sus graves errores, infiltraciones y contaminaciones, ha sido y es el único vehículo de expresión de la amenazada identidad vasca desde que esta empezó a padecer sus primeras agresiones, ejerció sobre todo en sus primeros años, de partido-comunidad capaz de englobar y encauzar muchos aspectos de la vida de los componentes de la nación vasca siendo una pieza fundamental en el proceso de reconstrucción y preservación de la identidad de los vascos. Se trata de un nacionalismo que hace suyo el objetivo político de defender el derecho a ser, a existir y a vivir con fuerza la voluntad, carácter y valores de la nación vasca. Por ello, no podemos más que saludar la existencia de este movimiento político que transmite a las nuevas generaciones de vascos el ejercicio del derecho a su identidad frente a la nivelación y uniformización mundial, pero al mismo tiempo rechazamos sus actuales componentes ideológicos que hoy lo vinculan al liberalismo mundialista y globalizador o al comunismo también situado en la misma órbita, su incoherente multiculturalismo así como el victimismo revanchista que le enfrenta a realidades identitarias hermanas.

La llegada masiva de inmigrantes extraeuropeos, una crisis económica cuya consecuencia más directa es la pérdida creciente de derechos sociales y poder adquisitivo para los sectores autóctonos menos favorecidas, la pérdida de soberanía de los Estados-Nación en plena crisis, y un difuso proceso de unión europea que debería ser reencauzado y radicalmente transformado, forman parte del marco de nuevos retos en el que los vascos deberán participar para poder sobrevivir.

En los tiempos que nos esperan y con la globalización y la tirania financiera internacionalista como principal enemigo, solo sobrevivirán las naciones conscientes de su identidad y que estén dispuestos a luchar por ellos mismos por encima de individualismos personales o de clase, y en ese sentido un nuevo nacionalismo vasco de tipo social y étnico que supiera conectar con la sociedad vasca autóctona, perdida hoy en falsos partidos identitarios que no distan ideológicamente de los poderes a los que muchos vascos creen combatir y que no recogen los anhelos y preocupaciones de la sociedad, podría convertirse en un verdadero referente de la nación vascona. El sentir gerenalizado entre los vascos autóctonos conserva una voluntad de afirmación y supervivencia, a la que hasta el momento no han podido doblegar, ni con dictaduras, ni con parlamentarismos, los descendientes de aquellos liberales que les quitaron sus antiguos fueros. "Nos une nuestro deseo de ser vascos, el instinto y la voluntad de salvar y potenciar nuestra nación y nuestra lengua, y el empeño de darle aliento en este tremendo cambio histórico, empeño que prometemos guardar por encima de nuestras miserias individuales y de los avatares de los tiempos".

La única salida efectiva para la identidad vasca es la de la lucha por su supervivencia como nación y la implicación, junto a las demás naciones europeas en un proyecto colectivo concebido este como único marco posible de reorganización y destino.

La lucha por la identidad vasca dentro de una Europa social, autocentrada e independiente de la oligarquía financiera internacionalista es la única garantía de supervivencia y afrmación para Euskal Herria y las demás naciones de Europa.


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