LA EUROPA DE LAS ETNIAS
Joaquim Bochaca Oriol
CEDADE, Nº 88
30 de Enero de 1980
Una de las mayores y más corrientes perversiones mentales es lo que los anglosajones denominan "wishful thinking", que podriamos traducir libremente por "el pensamiento del deseo". Solemos tomar nuestros deseos por realidades. Por tal razón, los partidarios de una "cierta Europa", confundiendo lastimosamente los conceptos que están detrás de las palabras: Administración, Estado y Nación; abogan por una Europa Unida, tomando por Unidad el modelo caro a muchos falangistas, para usar un símil celtibérico, de "la Unidad seguida de ceros". Es decir, un monolito a escala continental, con un Estado omnipotente, según el modelo jacobino o soviético, una Administración metijona, impertinente y tiránica, y una política a seguir cuyas metas no sean otras que la actualización, la realización del monolito, a ser posible, andando el tiempo, con una cultura y una lengua comunes.
Esta cretinez tiene más seguidores de lo que pudiera parecer a primera vista. La razón de su éxito estriba en su simplicidad, no en su sencillez. Y las ideas simples están en el origen de todos los sofismas de la larga vida. Aún dando por supuesto -que ya es dar- que esa finalidad fuera deseable intrínsecamente, salta a la vista su impracticabilidad, pues, en el fondo, dándose cuenta o no, los partidarios del monolitismo aspiran a imponer su particular modelo. Es decir, que hay un modelo francés, uno inglés, uno alemán, es posible que haya un modelo español, y otro italiano, y, ¿Quien sabe? , un prototipo croata... nuestros hipernacionalistas de papá son, decididamente, imbatibles, y a fuerza de vivir en las nubes se han desconectado totalmente de la realidad.
¡La Realidad! He aqui el modelo a seguir. Si es evidente que nuestra Europa es una unidad racial, con diversas etnias diferenciadas en lo accesorio; si es una unidad cultural -la Cultura Aria- con lógicas diferencias a la hora de expresar esa cultura; si es una unidad política, es decir, TOTAL, pero con enfoques logicamente diferentes, en lo accesorio, a la hora de plasmar su Derecho Administrativo, es lógico que esa Unidad Europea Ideal -no Utópica- se manifieste con las diferencias accesorias, pero inevitables e irrenunciables que impone la Realidad.
No se trata de hacer esa Europa u otra. Se trata de hacer la única Europa que existe, la Europa Real. No la Europa de las patrias que preconizaba De Gaulle; ni la Europa democrática y anticomunista que un día quisieron apadrinar Churchill y Adenauer; ni tampoco la Europa de los intereses económicos del conde Koudenhove-Kalerji, que sirvió de modelo a la actual Europa de los tenderos de Strasburgo. No la Europa de todo eso; sino la Europa real: la Europa de los pueblos.
Esa era la Europa que hubiera, indudablemente surgido en la década de los 40 si el Número al servicio de la perfidia del Gran Parásito no se hubiera impuesto militarmente. Prueba de ello es que, a finales de la guerra, casi el 40% de los miembros de las SS eran no-alemanes. Habían bretones, provenzales, flamencos, y valones (cuyas gestas ha cantado con su habitual maestría Saint-Loup, verdadero bardo del europeismo militante), habían holandeses y daneses, suecos y finlandeses, noruegos, letones, estonianos y lituanos; habían magiares y albaneses; habían anglosajones de la legión de San Jorge; y croatas, y rumanos,y españoles y portugueses (aunque pocos) y griegos y italianos, e incluso musulmanes arios, de las castas superiores de la India. Aquellas gentes -lo mejor de sus pequeñas patrias carnales- luchaban por Europa, cierto, pero también luchaban por Flandes y por Valonia, por Hungria y por Holanda, por Estonia y por Croacia. No caben dudas sobre eso, Hitler había superado, desde hacía mucho tiempo, el marco estrecho de los estados caducos. Públicamente dijo: "Quién sólo vea en el Nacionalsocialismo un movimiento político se equivoca completamente". El Nacionalsocialismo, en efecto, era más, era infinitamente más que un movimiento político, en el espacio y en el tiempo, concebido concebido para solucionar determinados problemas en Alemania. El nacionalsocialismo era -Y ES- no un movimiento político, -como podría serlo, por ejemplo, el Fascismo- sino una manera de SER y de ESTAR. Un nuevo Estilo, tendente a crear un hombre nuevo, por encima del Espacio y del Tiempo; era el Espíritu de la nueva era, retrasado en su venida por las Fuerzas del Ayer, pero que tendrá ineluctablemente que llegar, lo veamos nosotros o no, porque la Democracia -liberal o popular- está vieja y decrépita, se hace sus escrutinios encima, y hiede. Y ese nuevo estilo, esa nueva forma de ser y de estar, esa nueva concepción del mundo, esa nueva escala de valores, en suma, esa posesión casi carnal de la Realidad, para volver a las fuentes, a nuestras fuentes, desprecia el huero formalismo que nos ha traído las falsas luces del Oriente.
No lo dice sólo Saint-Loup; lo sabe y, más que saberlo, lo siente, lo intuye, cualquier estudioso de la Historia de nuestra Europa de las Cien Banderas, aunque, en el fondo, la primera y la común, la vieja cruz aria tuviera la primacía sobre todas juntas, por la sencilla razón de que el todo puede más que las partes. Todos los que nos hemos ocupado de este tema sabemos que Hitler no era un simple conquistador germánico; si utilizaba al pueblo alemán era por una finalidad superior. Naturalmente se sentía alemán. De una manera similar, Napoleón utilizaba al pueblo francés -y él se sentía francés, sin apenas serlo- por una finalidad más amplia. "Sólo conozco dos naciones: Oriente y Occidente y sólo me interesa éste", decía el Gran Corso. Hitler en sus discursos, cada vez más, a medida que la guerra avanza, están llenos de alusiones a Europa, al bien de Europa, al interés de Europa, al destino común de nuestros pueblos. Porque de eso se trata: de una comunidad de Destino. Comunidad que se siente y se intuye; comunidad que se ve y vive en todos los momentos cruciales de la historia de los pueblos europeos: en las Cruzadas; en Lepanto; en las Navas de Tolosa, en el cerco de Constantinopla, en Poitiers, en los Campos Catalaunicos, en la guerra de los "boxers" para librar a un puñado de europeos sitiados por el océano de larvas amarillas en Pekin... Comunidad de sentimiento, firmemente anclado en nuestros corazones, de nuestra co-participación en una gran empresa común.
Por razones profesionales debo tratar constantemente con judíos de todas partes del mundo. Y también con individuos de otras razas. Y triste me resulta constatar que el sentimiento de la Unidad Europea, que a tantos de nuestros compatriotas, desde Cabo Norte hasta Gibraltar y desde Irlanda hasta Ucrania, les falta, o sólo poseen en forma incompleta y fragmentaria, les sobra, en cambio, a nuestros enemigos políticos, es decir totales . 10 veces al año un judío de Salisbury, otro de Sydney, otro de Amsterdam y otro de Montréal me auguran el fin de "Occidente": Occidente está muerto; Occidente nunca más se levantará... "malditos europeos" me dice un comerciante de Libia. El odio es común. Y por una sola razón: porque, como diría Yockey, pertenecen a otra Cultura, a otra categoría total. A nosotros -a muchos- nos falta el sentimiento de nuestra unidad. Pero al enemigo ese sentimiento no le falta. Él sabe que el enemigo es Europa; es el Hombre Blanco y su Cultura, que le resultan insoportables como Gulliver debía resultar insoportable en el País de los Enanos.
Tal vez sea esa la razón por la cual el Enemigo, en ciertos casos y circunstancias -y naturalmente, con todas las reservas mentales propias del caso- apoya, con su influencia política y su dinero, a arcaicos representantes de viejos nacionalismos intra-europeos. Resulta cómico ver a un Michel Debré, sobrino del Gran Rabino de Alsacia, hacerse el campeón de la "Unité" francesa en oposición a los que quieren avanzar por la vía del Mercado Común, que -por poco que sea- tiene, al menos, el mérito de existir, y eso no puede encajarlo un Debré. Y ¿Que decir de ciertos viejos fósiles de la llamada Euro-Derecha sostenidos, directa o indirectamente por el Sionismo? ¿De verdad creen esos veneradores de la camisa de Isabel la Católica, la coraza de Juana de Arco o la pata de palo de Nelson, que al Enemigo le importan algo las reliquias que ellos dicen defender? ¿Acaso no resulta deslumbradoramente claro, hasta para el más lerdo, que si se sostienen a esos pobres fantasmas es para que atraigan con su señuelo a juventudes admirables, que no conocen nada más, que no conocen la Verdad, que desconocen el Espíritu de la Época, llevándolas a una vía muerta, donde sus esfuerzos resulten inútiles? ¿Qué le importa al Enemigo la Euro-Derecha? Le importa tan poco como el Socialismo; el verdadero, claro, no el de Marx.
Y del mismo modo, por el sistema de la infiltración, para el que posee una pericia secular, el Enemigo también se ha hecho con un lugar en el sol de los movimientos nacionalistas europeos, y ello en una doble vertiente: radicalizándolos en lo politiquero y trivializándolos en lo auténticamente político, es decir, en lo real. Y así vemos cómo casi todos esos movimientos, en vez de estar "a favor" de algo, siempre están "en contra" de alguien. Si al supuesto catalanismo del 90% de los "catalanistas" de hoy día se les quitara el odio irracional contra Castilla o contra el castellano, no quedaría nada. Y que conste que quien ésto escribe es catalán por los cuatro costados, y no sólo porque "vive y trabaja en Catalunya" (también un buey en un corral de Manresa vive y trabaja en Catalunya y no por eso es catalán, ¡Dios!), sino por la sangre, el idioma, el sentimiento... y no necesito odiar a los hermanos de otras tierras vecinas de Europa, con quienes, si queremos sobrevivir, estamos condenados a entendernos bien, de una condenada vez, y le basta con sentirse hijo de esta pequeña porción del Sudoeste de Europa y con amarlas apasionadamente a las dos, a Catalunya y, por encima de todo, a Europa.
La Europa de las Etnias, la Europa Real, cuya simiente pusieron europeos de cien banderas y una sóla enseña común, en el frente del Este, no es una posibilidad política más: es LA SOLUCIÓN. Es la alternativa -la única alternativa- contra la desaparición física del solar de nuestra Raza.
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